Crítica Cultural

Crítica Cultural

domingo, 16 de noviembre de 2014

EL PEQUEÑO NICOLÁS Y PAÍS DE LAS MARAVILLAS




Lo he seguido muy de cerca, desde el primer momento me interesó la noticia. Ha sido como ese incomodo error de software que deja al descubierto las entrañas de un sistema operativo. Con tan solo 20 años ha conseguido colarse en las altas esferas del poder político y económico. Ahora la noticia se centra en sus supuestas fechorías: la falsificación de documentos y la suplantación de identidad.

Se le ha tachado de farsante y embustero. Nos lo han mostrado como un pequeño impostor. La broma fantasmagórica en un mundo muy real, muy serio, muy comprometido con la verdad. Pero no es esto, desde mi punto de vista, lo más destacable del joven Francisco Nicolás. Veo astucia, habilidad e ingenio. La zorra que entra a hurtadillas en un gallinero alborotado. Y como tal, atento al verdadero funcionamiento de nuestro sistema. No lo consideraría culpable, el juicio mediático que está sufriendo nos va a impedir valorar la gran importancia que tiene lo sucedido con este joven tan precoz. Como en prácticamente todas las ciencias de la salud, los avances y descubrimientos que se dan, son fruto de daños, deformaciones, alteraciones, o malos funcionamientos. El pequeño Nicolás es una de nuestras deformaciones más valiosas. Nos invita a pensar cómo funcionan realmente los mecanismos para posicionarse en la esfera del poder político y económico.

Comprender la importancia de los detalles que han caracterizado el caso Nicolás, pasa por colocarlos en el orden en el que se ha basado su eficacia. En primer lugar, la obsesión por colocarse frente a las cámaras y fotografiarse con infinidad de personajes públicos. Su álbum personal da buena fe de ello. Algo que deja patencia de su obcecación por lo mediático. Este chico sabía perfectamente que para situarse de manera protagonista en nuestra sociedad, hay que convertirse en mera representación. Pensemos un instante en su aspecto. Es lógico que nos resulte familiar, estamos habituados a consumir esta estética en nuestro día a día. Las apariencias no engañan, o por lo menos no totalmente. Porque el pequeño Nicolás es solo una divertida anécdota, un caso aislado para comentar en cualquier tertulia de café, ¿no? O por lo menos así es como nos lo han presentado. Se podría decir que lo que ha pasado con este chico es hasta gracioso. Cómico porque no va más allá de la foto o el pavoneo de un joven al que han cazado jugando a ser quien no era. Un inofensivo acercarse a las figuras más visibles de la gestión de nuestro país.

No podemos culpar a Francisco Nicolás de llevar una vida falsa, basada en la mentira, porque tampoco pueden culpar a sus hijos de desear con todas sus fuerzas el ir a Disneylandia. Esta es la verdadera clave del caso Nicolás. El estudiante de derecho es a los representantes de nuestro sistema económico y político lo que sus hijos a los personajes de Disneylandia, admiradores. Y esto es lo que lo ha llevado a ser objetivo de matinales y tertulias televisivas. La admiración provocada por la seducción de imágenes que en su mayoría son completamente irreales. No hay diferencia con los ídolos del pequeño Nicolás. La magia que desprenden o la decepción que provocan depende directamente de lo cerca que estemos de ellos. O lo que es lo mismo, la imagen de un héroe solo puede ser mitificada en la distancia. Esto mismo sucede con nuestros políticos o empresarios, si nos acercamos demasiado nos topamos contra la realidad. La lejanía que da lugar a esa poética sentimental queda sustituida por la decepción, al igual que sucede cuando adquirimos un producto que hemos visto anunciado por televisión.

El hecho de que Francisco Nicolás sea un farsante y un impostor, hace que veamos a todos los que aparecían con él en su álbum de fotos, como personas más reales, más autenticas. El pequeño Nicolás en su querer parecerse a esos ídolos de la política y la economía les ha concedido la certeza de ser quienes aparentan ser. Su caída ha servido para alzar aún más si cabe a estas figuras del espectáculo. Y no, esto no siempre es así. La doble vida de los personajes mediáticos es tan cierta como la de nuestro joven protagonista. Nadie es puramente imagen, referente, representación, las 24 horas del día.

Nuestra sociedad, basada hoy fundamentalmente en lo que ocurre tras una pantalla, encuentra la solidez que necesita en la diferencia con un mundo de magia, ilusión y fantasía, como es Disneylandia o la vida que había inventado Nicolás. Pero lo cierto es que no hay ninguna diferencia esencial entre nuestra sociedad y Disneylandia. Al igual que no la hay entre el pequeño Nicolás y todo cuanto lo rodea.

Este astuto muchacho no es simplemente un farsante. La farsa es todo ese mundo por el que ha sido seducido. Cierto es que no tenía la preparación ni el poder suficiente como para desempeñar las funciones que el mismo se atribuía. Pero pareciese que era lo menos importante. La clave residía en transmitir confianza y seguridad. Se desenvolvía con soltura en un mundo en el que la apariencia lo es todo.

No seamos ingenuos, Platón lleva muerto más de 2000 años y ya no queda rastro de la caverna. El dentro y fuera, el cuerpo y el alma, han desaparecido. Hace tiempo que los dualismos dejaron de tener sentido en la tradición del pensamiento. Todo es apariencia. Y no hay apariencias que concedan más realidad a otras menos aparentes, por mucho que algunos se empeñen. Nuestros políticos y sus saltos a las juntas directivas de grandes empresas o las escaladas que se dan dentro de los propios partidos, no son fruto de la preparación y la formación. Son la astucia y el dominio de la apariencia, de la que también se ha servido el pequeño Nicolás, los que dan lugar a las que se han llamado puertas giratorias. Estos son en la práctica, los ingredientes fundamentales para acabar convertido en una figura de peso en la gestión de un país como el nuestro. Y el caso Nicolás así lo demuestra.

A este curioso personaje lo hemos conocido por las fotos que tenía con Rajoy, Esperanza Aguirre, Aznar, etc. La misma forma en la que conocemos a nuestros ídolos del deporte, la música e incluso la política. No es a ellos, es a su imagen a la que conocemos. La que muestran por recomendación de agencias, asesores, publicistas, etc. Pura apariencia que los hace parecer lo que no son: siempre más altos, más delgados, más elegantes, sin rastro de un mal gesto o un movimiento natural. El pequeño Nicolás solo es culpable de haber quedado fascinado por una realidad ilusoria. Porque cuando uno queda seducido por este mundo de imágenes aparentes, lo que más desea es convertirse en una de ellas. Referente, icono, simulacro, apartar la imperfección humana hasta acabar convertido en algo puramente estético. Dicho de otro modo, modelar su persona hasta quedar convertido en un producto: creíble, deseable, respetable…

Y esto es precisamente el pequeño Nicolás, producto y consumidor al mismo tiempo.







Cecilio J. Trigo

jueves, 6 de noviembre de 2014

LOS NIÑOS PERDIDOS: GRÁFICAS EN EL SILENCIO

Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?” Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y le dijo; “¿Qué demonios es el agua?”    David Foster Wallace


Se podría decir de él que es el responsable de que APENAS SIN PALABRAS de Antonio Gómez, sea no solo arte en contenido sino también en forma. Un libro elegante, bien dispuesto en su interior, atravesado por un ritmo que lo convierte en una suerte de exposición. Al abrirlo nos recibe ese olor a tinta y un tacto en el papel que hace las delicias de cualquier bibliófilo. No todos tienen la capacidad de convertir un libro en un espacio para el arte. En la sala de ese museo privado que solo visita el `lector´ cuando lo abre. El diseño de Manuel Ponce nos permite quedarnos a solas con la obra de Antonio Gómez. Nos devuelve la calma a través de sus gruesas páginas invitándonos a detenernos frente a todas sus poesías visuales. Y es que la clave de un buen diseño está en permitir al espectador acercarse a la obra de tal manera que el acercamiento en sí mismo propicie la comprensión de la misma.

Pero no, no reside aquí su valía, ni es este su gran logro. Su verdadero mérito es el valor que se desprende de todo cuanto ha organizado su vida. Una breve pero dilatada carrera vital, que le ha permitido ser consciente de que amar es fácil cuando se es correspondido. No siendo tan fácil la empresa de luchar por lo que uno verdaderamente ama sin encontrar el reconocimiento por parte de los demás. No deberían quedar dudas con los tiempos avenidos, estos son nuestros héroes. Aquellos que no renuncian a sí mismos, ni ante la indiferencia de lo que los rodea.

Como Homero, fue expulsado de la República y con él los dioses de lo bueno y lo malo. Ahora son sus maestros (el colectivo Un mundo feliz y María José Hernández) los que insuflando valor en el pecho de este joven intrépido, se ven recompensados por haber confiado en lo humano de la persona que solo necesitaba una oportunidad. Guerrero por haber librado la peor de las batallas: la espiritual. Ha coronado su paz tras la lucha consigo mismo en tanto que se vio rodeado por un sistema de equivalencias en el que todo terminaba pasando por el estrecho cuello de una cifra. Aquellos que se enfrentan a sus miedos, complejos y a esas estúpidas saetas cargadas con el peor de los venenos, acaban por obtener su recompensa. Me refiero al manual de imprudencia con el que se ensarta a los jóvenes de hoy. Esa colección de aforismos como: `¿esto para qué sirve?´, `no eres más que un loco obsesionado por cosas de otro mundo´, `deberías ser más práctico´, `piensa en tu futuro´. Haikus que hoy ilustran la ceguera del que solo ve con los ojos. Del que ha sustituido la sensibilidad de sus manos por la de una bascula, en la que todo lo que cae se convierte en algo absolutamente equivalente.

Son estos niños creativos, estos héroes en silencio, los cimientos de una República humana. Aquellos que intrépidos han apostado por escuchar la voz interior. Por hacer de sus vidas un continuo disfrutar en el hacer lo que realmente amaban, de su sí mismo una profesión para vivir al margen de la condenación que significa un trabajo tedioso.

Es por esto que queremos acercarnos a Manuel Ponce Contreras. De intuitivos inicios, fue el grafiti el que despertó en él la curiosidad por la tipografía. Amante del dibujo experimental, optó por renunciar al medio en busca de un mensaje directo, sencillo y atemporal. La precocidad que le ha llevado a grandes logros profesionales con tan solo 27 años se ha visto motivada por una serie de valores que lo han acompañado siempre. Ser fiel a sí mismo y una coherencia para con determinadas líneas estéticas, han dado como resultado una elegancia consustancial en todos sus trabajos.

Tengámoslo muy presente, Manuel es un niño perdido, o lo que es lo mismo, el escaso fruto de lo que un sistema a veces caótico y despistado nos ofrece. Ama aquello que hace, lo que lo sitúa ante el diseño no como profesión, sino como disciplina. Esta sutil diferencia es una de las claves para poder trabajar con un gusto que le permite dar el máximo de sus capacidades en todo cuanto dedica su tiempo. Y es que cuando uno se entrega a aquello que le hace sentir plenamente realizado, las horas del día se estrechan convirtiendo una jornada laboral de 12 horas en un dulce paseo.

Efectivamente, mis queridos lectores, los niños perdidos tienen este gran valor. Han convivido tanto tiempo con el dolor y el sufrimiento que han conseguido integrarlos en su felicidad. Para ellos el agotamiento físico no es una disculpa para quejarse, sino la sensación de estar vivos, incluso sentados frente a la pantalla de un ordenador la mayor parte del día.

Por eso son perdidos estos niños, porque lo que realmente emociona no se percibe en un primer momento con los ojos. Estos infantes de trinchera, en una época convulsa, han colocado el corazón en un faro que no pierden de vista al decidir que hacer con sus vidas.

Y es que Manuel Ponce tiene un puñado de cosas muy claras, una de ellas es que sin idea no hay diseño. O dicho de otro modo, toda realidad es susceptible de ser diseñada y a toda realidad la vertebra una o varias ideas que en su mutismo, podrían encontrar en el diseño una forma de ser expresadas.

Para ello, uno de los ingredientes fundamentales de este niño creativo es el ritmo en un sentido musical. Buscar el original en los silencios que vemos con cada espacio en blanco. Silencios que en su perfección son la meta de algunos creadores, que con un sexto sentido tienen la capacidad de ver lo que no está. Como Chillida y la escultura, Louis Kahn y la arquitectura o Heidegger y el pensamiento. Para Manuel Ponce el diseño es abrir espacio en un continuo cuestionarse la propia disciplina. Algo que le permite, renunciando a la pauta establecida, alcanzar el mensaje mediante esta apertura. Espacios abiertos que acaban encajando con el arte y dando lugar a su imagen gráfica. O dicho de otro modo, en este caso el resultado es una imagen inconsciente, primigenia, emocional, etc. Cuestionada y cuestionable por no tener la importancia de ninguna intencionalidad preestablecida. Concediendo el protagonismo en todo momento a la BÚSQUEDA de esa imagen imposible que ciertamente ya no tendría sentido.

Podríamos incluso decir que se aproxima a un meta-lenguaje capaz de proyectar determinadas sensaciones a través de la sencillez que nos ofrece el minimalismo. Meta-imágenes en definitiva para emocionar e imperceptibles en un primer momento a los ojos. Esto es lo que realmente sitúa a nuestro diseñador como un arquitecto, un escultor, un filósofo, una persona capaz de alzar la mirada con cada trazo.

Pero ¡¡ssshh!! no levantéis la voz, porque lo más interesante es que él aún no lo sabe y ese es su verdadero secreto.



Cecilio J. Trigo


Publicado en Copelacapital

lunes, 20 de octubre de 2014

Bajar el volumen*




Da igual que pongas la televisión, escuches la radio o sencillamente leas un periódico. Todos se han olvidado de ti, y es curioso, porque si les pagan es porque los estás viendo, escuchando o leyendo. No les importas lo más mínimo, de hecho plantéate si le importas a alguien.

Bienvenido a la MODERNIDAD, su letrero brilla como el de un casino de las Vegas. Algunos la han llamado POSTMODERNIDAD, pero el prefijo POST no es más que el reciclado de la misma escoria con idéntico sabor a mierda. Un refinamiento `snob´ que cuajó en las universidades a mediados del XX. La expresión terminológica de la desorientación en un siglo que no hemos acertado a saber cuándo empezó y cuando terminó, si es que realmente ha terminado. El concepto sigue siendo el mismo, solo han cambiado el orden de las palabras, ahora leemos desde aquí hacia allí.

No soy el primero que dice esto. He desechado cualquier posibilidad original. Poner algo tras una pantalla no lo convierte en algo nuevo, decirlo a voz en grito no lo hace verdad. No se oye más que un ruido molesto e incomodo. Demasiado alto, violento en la sociedad menos violenta que ha conocido la historia de la humanidad. Te lo están sirviendo de una forma sutil y refinada, pero han escupido en tu sopa. Y sus buenas maneras no son porque tengas un agudo criterio, solo les importa la estética de un diseño sencillo. Es simple, la sordera es crónica y generalizada. Noticieros, matinales, discursos políticos, todo parece escrito por la misma persona. Ver un telediario es como leer a Palahniuk o ver una película porno mientras comes palomitas, como decía aquel crítico literario al que pagaron para que comentase su novela más famosa. Pareciese que en la sociedad en la que vivimos solo hubiese combates de boxeo por todas partes. Un estado de guerra permanente. Un conflicto armado en cada rincón de este humeante planeta. Las fuerzas del orden luchan contra manifestantes exaltados. La OTAN se prepara para una ofensiva contra el terrorismo internacional. Una epidemia virulenta arrasa países enteros. ¿Se ha roto la puerta entre la realidad y la ficción? ¿Nos están proyectando la grabación de nuestras propias calles? ¿Estás dormido? No lo sabes, la autoconciencia se ha convertido en un mito desde que han localizado lo que la hacía posible. Todo parece espectáculo, pero no lo es, ¿verdad? El mundo está convulso por la crisis de valores que estamos sufriendo, es fácil pensar que esto solo será el transcurso hacia un estado mejor, o ¿no?

Las distopías, el fin del mundo, una invasión zombi, etc. Son solo cosas que pasan en las películas, ahora quizá también en las series, pero no salen de la caja que las proyecta. Es puro entretenimiento, ocio, una forma de desconectar después del trabajo o el estudio. Un día cargado de noticias terribles se merece cuanto menos una invasión zombi para que uno pueda relajarse tomando una cerveza. Los zombis por lo menos te miran, te reconocen a través de la pantalla. Y ahí te tienen, con el rostro desencajado, sintiendo un escalofrío por todo el cuerpo. Acaban de devorar a un ser humano, pero es solo eso, ficción hiperreal. No ha pasado nada más, sigo en mi sofá igual que siempre, no ha cambiado nada. Estoy despierto, muy despierto, la excitación que provoca la sangre y esa extrema violencia no dejarían que perdiese un ápice de la trama argumental. Pura emoción. Tu día a día no se parece en nada a todo lo que te divierte y te hace sentir bien. A todo lo que te hace sentir vivo, que te invita a participar de ti mismo, de tus entrañas, de todo lo que te retuerce por dentro haciéndote sentir miedo, deseo, excitación, un ser humano en definitiva.  Eres algo que lleva impreso en su interior una tarjeta de supervivencia y no creo que tengas que disculparte por ello. Te has hecho a base de dolor y muerte. No, el diario es aburrido, gris. Las continuas confrontaciones en lo mediático y en la política aburren soberanamente. `Que si tú esto, que si tú lo otro´, juegos de niños, de niños enfermos. Enfermos por la ceguera que provoca el egoísmo. Un egoísmo que les ha hecho olvidarse de mí. Y aquí estoy viendo una serie…




* Esto no es un artículo. Es la reflexión previa y espontanea de alguien que tendría que haber escrito un artículo y no lo ha hecho.



Cecilio J. Trigo

Publicado en Copelacapital

lunes, 6 de octubre de 2014

Hijos del sol


Espejos del Sol (Felix Murillo)


El pasado 13 de septiembre se celebraron las ‘I JORNADAS ASTRONÓMICAS CIUDAD DE ALMENDRALEJO’. Un enfoque didáctico pensado para los más pequeños y la combinación de varias actividades bajo lo transversal de la astronomía, hicieron que la sala en la que Francisco Blanco desplegó un planisferio mudo para colocar hasta diez constelaciones, se quedase pequeña.

Este tipo de actividades culturales tienen siempre un valor añadido desde el momento en que se convierte a los niños en protagonistas. Por ello creo necesario destacar la importancia de iniciativas culturales que apuesten por la base. Por dos motivos fundamentales: porque no siempre el diseño es el mejor condimento a la hora de experimentar la cultura y porque este tipo de iniciativas son estupendas para que aquellos conocimientos que se reciben en la academia, se vean aplicados a algo vivo y real. ¿Qué mejor manera de incentivar el aprendizaje que demostrando, desde los niveles más elementales, lo provechoso que este puede llegar a resultar? Sobre todo si tenemos en cuenta que en lugares así, entran en juego conceptos y temáticas fundamentales para el desarrollo correcto del intelecto en cualquier infante. Sin olvidarnos de la importancia que tiene potenciar la curiosidad que empuje a cualquier niño a hacerse preguntas e interrogar ávidamente todo cuanto le rodea. Preguntas tan sencillas pero a su vez tan complejas como: ¿Qué es una constelación?, ¿Para qué sirven las estrellas?, ¿Cómo eran los hombres hace 5000 años? Ideas como la evolución de las especies, las escasas diferencias que nos separan de nuestros antepasados y por lo tanto de nuestra condición de homínidos, el culto a los antepasados, etc. Son algunas de las herramientas con las que se puede dotar a una mente joven. Fomentando de esta manera una perspectiva más amplia a la hora de aprender  y conocerse a sí mismo.

De esto se trata también en el caso de los adultos, de abrir miras, de ser conscientes de qué tenemos ante nosotros. En este caso un sepulcro prehistórico de casi 5000 años que nos deja datos muy interesantes acerca de nuestros antepasados. Una de las cuestiones destacables sería, desde mi punto de vista, las conclusiones a las que se han llegado por la orientación de la cámara y la entrada directa del sol, coincidiendo con el solsticio de invierno, en el círculo central de la misma. Ofreciendo un espectáculo ancestral en la sepultura de unos 60 minutos aproximadamente. Pareciese por estos indicios que los encargados de llevar a cabo esta necrópolis profesasen un peculiar culto a los muertos, por ser estos una supuesta mediación con divinidades de índole más abstracta. De este modo, se podría pensar que el miedo a que el sol pudiese apagarse provocado por el hecho de que los días se fuesen acortando, les hacía pedir a sus ancestros un nuevo sol. Consiguiendo que en el día más corto del año, en el momento en que pareciese más acechante el peligro de quedarse sin los beneficios del astro rey, la luz entrase justo por el punto que permitía alumbrar la cámara central. Dado lugar a la petición de un sol renovado precisamente en el momento en el que la debilidad del mismo se hiciese tan presente que solo algo divino pudiese cambiarlo.

Estas manifestaciones de lo que nuestros ancestros consideraban sagrado, revelan una serie de valores que para nuestra sociedad no solo podrían ser muy útiles, sino también beneficiosos. Refiriéndonos concretamente a considerar con especial importancia aquellas cosas tan relevantes y que pasan en la mayoría de los casos completamente inadvertidas, como en este caso sería el sol.

Colocar en el centro de las preocupaciones vitales aquellos hechos que se consideraban imprescindibles, permitían a nuestros antepasados libarse de preocupaciones que no estuviesen vinculadas con la supervivencia. Cuando la vida de un ser humano se reduce a estar vivo, el prisma con el que se enfoca la realidad deja fuera todo aquello que interrumpe o dificulta una conexión directa con lo que nos rodea.

La cercanía con lo que de una manera compleja nos ha ido constituyendo en seres antropológicos, como por ejemplo el culto a los muertos, nos puede hacer tomar conciencia de lo alejados que estamos en estos momentos de aquello que forma parte de nuestra identidad primigenia. ¿No son la vida y muerte dos caras de la misma moneda? ¿No es la vida tan constitutiva de la muerte como la muerte de la vida? ¿No sería cualquiera de las dos imposible sin la otra? Este tipo de reflexiones en torno a lo que sirvió para enterrar a los difuntos y que tiene casi 5000 años, deberían ponernos sobre la pista para valorar la importancia que tiene la muerte sobre la vida. Tanto para buscarle sentido, sin necesidad de trepar a ramas filosóficas, como para pararnos a pensar que el accidente de la vida es nuestro bien más preciado. Dejando de lado preocupaciones banales que no tendrían sentido de no haber olvidado que solo viviremos una vez. Abrazando nuestra existencia como si cada segundo fuese irrepetible. Porque Heráclito no estaba tan confundido cuando dijo:

El sol es nuevo cada día.






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Cecilio J. Trigo

viernes, 19 de septiembre de 2014

Al infierno se va por atajos




Almendralejo celebró el pasado día de Extremadura la resolución del I Concurso de Pintura Ciudad de Almendralejo “Manuel Antolín”. Cuarenta obras de veinte artistas abrían un espacio en el que la temática era libre. Razón que acompañada de un empujoncito a la cuantía del premio, animó a más participantes que en concursos anteriores.

La pintura es siempre o casi siempre una forma estupenda de abrir espacio. En este caso, para la reflexión que requiere el ser consciente de las sensaciones que suscitan las propias representaciones artísticas. Pinturas, que a través de este concurso, se presentan en un catálogo tan diverso que es complicado saber a qué atenerse. De hecho, si nos ponemos en la piel de un observador no especializado, saber qué tuvo en consideración el jurado a la hora de elegir al ganador, se convierte en misión imposible.

Es inevitable plantearse la supuesta relación entre unas bonitas manchas sobre las que se intuye un paisaje y la hiperrealidad de una imagen que se aleja, a través de la técnica, del trazo del pincel para acabar pareciendo algo menos que una fotografía.

Esta forzada situación entre elementos tan dispares oscurecen los criterios para dirimir al ganador del concurso ¿se valoraría la calidad artística de la obra en cuestión? ¿O por el contrario el acento recaería sobre la técnica? Unos interrogantes que dejarían al descubierto viejos problemas ¿Qué queda en el arte para una pintura basada única y exclusivamente en el despliegue técnico? ¿Acaso el surgimiento de la cámara fotográfica en el siglo XIX y la rápida carrera de las nuevas tecnologías en el sumar píxeles del XXI no han sido suficientes para cambiar los derroteros de una de las bellas artes a la que se dio por muerta con el agotamiento de la mímesis?

El caso es que con el auge de la tecnología en los últimos siglos y una filosofía apaleada por el positivismo academicista de la primera mitad del XX, la pintura habría estado vagando dubitativa en el preguntarse por su propio sentido. Quizá Gerhard Richter nos de alguna pista de lo que ha sido este ir moviendo pintura de un lado a otro del lienzo hasta encontrar esa supuesta esencia que solo el ojo o el bolsillo de unos pocos puede acercar. En este buscar su propio significado, la pintura ha ido deshaciéndose de los complejos que el ser esclava de un mostrar la realidad unilateralmente le habían hecho cargar. Algo que le ha permitido reencontrarse con el trazo del pincel, con el color, con las posibilidades que brotan del corazón diferente de un artista. Se podría decir incluso que al no intentar representar fielmente la realidad, la pintura se humaniza, se reconcilia consigo misma y despliega un catalogo que sería impensable desde el obturador de una máquina.

Esta pintura que abrazó la independencia y autodeterminación puso en juego el ver la realidad de una manera distinta, subjetiva, posibilitando la construcción de un mundo que incluso sirviese para conocer mejor nuestra forma de percibir.

Con todo esto, el concepto de artista muta y se convierte en filósofo y científico al mismo tiempo o simplemente en un ser con la capacidad de ver más y mejor una realidad que a los ojos de una máquina sería mera cuantificación. La pintura es desde aquel momento en el que se la hizo libre, la poesía viva que la filosofía no pudo conservar y acabó por convertir en psicología. Pintar es ver directamente con el cerebro, ese tener un ojo táctil, es la conexión directa entre la sensación y el percepto.

Es por ello que se me antoja imposible obviar todo esto a la hora de elegir al ganador de un concurso de pintura en el que la temática era libre. Porque aunque el espacio abierto por estas cuarenta obras sea puro caos, hay luces que no dejan de brillar ni en la más absoluta nada estética. Y estas son las que deberían haber guiado al intrépido jurado para evitar su naufragio en un cielo en el que más que estrellas había nubes negras.

Cecilio J. Trigo




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martes, 2 de septiembre de 2014

Burdeos



Pequeño, oscuro y alejado de la popularidad que encumbra a los famosos locales de moda, este espacio es otra expresión de que la belleza está en el interior. Un interior que ha visto tocar a Matt Elliott, The Waves Pictures y Perico Sambeat entre muchos otros. Un lujo, si del paladar de unos cuantos se trata. Algunos estamos todavía preguntándonos como lo hacen, cual será el secreto para arrimarse tanto al fracaso y salir indemnes.

El caso es que en este rinconcito de Almendralejo se abre un espacio de esos que no se ve a simple vista. Sólo se manifiesta de vez en cuando, con el choque de dos formas similares de entender la realidad. Otros lo llaman ser fieles a un estilo propio, ese gran estilo que sólo con el tiempo te devuelve los frutos que ofrece la coherencia.

Dicen sus gestores que la clave está en salir de la burbuja mediática para mantener a flote un criterio independiente y alternativo. Independiente porque no responde a ninguna moda o gustos establecidos y alternativo porque se ofrece como alternativa a lo que suena machaconamente en todas las emisoras nacionales. Es el desafío para un criterio que alcanzará su plenitud con paciencia y conocimiento. Saber valorar aquello que pone en juego las capacidades que nos distinguen del resto de seres vivos. Un buscar intrépido para experimentar con las partes más perceptivas de nuestro cuerpo. Un “no todo vale” o simplemente querer ir un poquito más allá. Que la experiencia sirva para degustar cosas más sutiles, más sugerentes, propias de un disfrutar con la cultura que nos hace humanos.

Y aún así no hace falta mucho para verlos en acción. El próximo 7 de septiembre se vuelve a producir este choque que nos permite disfrutar del espacio fenoménico, dándose el cruce de la diversión con criterio y el talento de una nueva generación de jóvenes músicos. Con todos estos ingredientes nuestros famosos cocineros de Pastrana Lab, bajo la firma de su gusto por lo audiovisual, prepararán lo que en el mundillo se conoce como Por lo que sea. Una reunión de amigos en la que bajo el sello de la elegancia, entraran en escena la alternativa a lo que se ha propuesto como Siempre Así, o así siempre, es decir, otra cosa, algo diferente a lo de siempre.

Pero no residen ahí las motivaciones que han inspirado este artículo, ha sido más bien la apuesta por la cultura y el criterio en el ocio desde el ámbito privado, en este caso por parte del Salón de Teatres. Casualidad o no, ese olor que caprichoso se erige diferente, queda desde el principio plasmado en el nombre del local. Estar en un salón, esa es la sensación que sería preferible para colocarse delante de esta iniciativa. Y es que pareciese que hubiesen rescatado aquellos populares espacios de la Viena novecentista o el París de comienzos de siglo XX. Lugares para el diálogo y el intercambio de inquietudes de una generación a la que se llamó perdida.

No me resisto con tantas similitudes a comparar lo que pasó a comienzos del XX en París o Viena con lo que está pasando aquí, pero no sólo en Almendralejo. Este tipo de espacios existen también en otros puntos de nuestra geografía hispana. Quizá tenga este un mérito especial por tratarse de una zona tan hostil para la cultura como es Extremadura, pero no es nada que se haya descubierto aquí. Lo que sí han hecho estos intrépidos del Salón de Teatres es ponerse en esta frecuencia que parece está regresando después de tanta distopía en la modorra de un siglo que agonizaba nada más empezar.

¿Será entonces esta la respuesta de las generaciones mejor preparadas de la historia de nuestro país a lo que está pasando con la cultura y los espacios para una diversión y un ocio diferentes? Respondan ustedes. Klimt, Freud, Hemingway, Dos Passos y mi querido Ezra Pound entre otros, pululaban por las grandes ciudades europeas ensartados por un estado psicológico que los aprisionaba entre la Primera Guerra Mundial y la Gran depresión. En este caso no hemos sufrido ninguna guerra, todavía. Pero la depresión cultural es evidente, tan sólo hay que echar un vistazo en nuestro alrededor. Quién sabe si estos chicos que ahora frecuentan los nuevos salones no serán llamados algún día la generación perdida.

Sea como fuere el día 7 de septiembre proponen su alternativa, guste o no, se entienda o no, por lo que quiera que sea, allí estarán. Y nos han invitado a todos.




Cecilio J. Trigo.




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La fiesta demencial



El pasado 15 de agosto Perera, Ferrera y Talavante hicieron de las suyas en nuestra bellísima plaza de toros. Bien es sabido que no hay fiestas de Nuestra Señora de la Piedad que se precien sin una buena corrida de Toros. ¡Ay los toros! Tema polémico donde los haya, todo o casi todo el mundo se posiciona en un tema como este. Piense, ¿cuantas personas ha tenido delante asegurando con una rotundidad pasmosa lo bueno o malo del toreo? Hay argumentos de todo tipo, unos intentan defender esta práctica y otros desearían acabar con ella.

Lo cierto es que al toro le sale sangre cuando lo pinchan y esto es lógico, más que nada porque es un ser vivo. También es razonable pensar que el animal sufre y siente dolor ante las agresiones que se le propinan. Algunos dicen que esto debería ser considerado maltrato animal, vergüenza nacional, el fruto de la expresión de la incultura y la falta de civismo propia de un país por evolucionar como el nuestro. Es plausible también pensar que no hay equilibrio en la lucha de fuerzas, que al toro se le castiga injustamente antes de salir a la plaza e incluso que liman las astas para que no acierte en sus embestidas. He oído también decir a mi abuelo que los toros de su época eran más bravos, que acometían con más fiereza.

Y yo que pienso que no se debe maltratar a los animales, aunque sólo sea por el mero hecho de que somos seres humanos, libres, autoconscientes e inteligentes y que estas tres señas nos deberían hacer portadores de dignidad. Llevando esta consideración especial, que es la dignidad, un contrapeso que probablemente sea la responsabilidad para con todo cuanto nos rodea, incluso para con el sufrimiento del toro. Me paro a reflexionar y creo que acierto al pensar que todos estos argumentos son válidos, con lo que deberían ser considerados por aquellos seres humanos que se consideren pertenecientes al “sapiens” y así acabar con esta práctica del torear.

Pero si hasta aquí llega el “homo sapiens”, ¿qué hay del “homo demens”? Del que enterró a sus muertos por miedo, respeto o simplemente por amor. ¿Qué hay del que se expresó en las cuevas representando aquello que le obsesionaba?, ¿Qué hay de aquel “homo” que afrontaba los mayores peligros para obtener el mayor reconocimiento de sus iguales? Es la otra cara de nuestro desarrollo evolutivo, que siempre ha sido dialéctico, por otra parte. Positividad y negatividad se han confrontado en todo momento para dar lugar a lo que hoy somos. Este “homo demens”, o la irracionalidad que se ha ido complementando con nuestra aclamada racionalidad a lo largo de nuestro progresar, también nos constituye, es decir, lo veamos o no, forma parte de nuestra identidad como seres humanos. ¿O acaso no somos morbosos?, ¿no nos excita la sangre?, ¿el peligro?, ¿el ver como alguien baila con la muerte y pone su vida en el filo de un asta afilada? Pienso que sí. Que el toro negro como el azabache, la silueta esbelta de un torero canijo y el capote rojo sobre un albero dorado, pone los pelos de punta a cualquiera.

Esta excitación que provoca ver como el amor a la vida es siempre una misión suicida, ha sido captada también por nuestros grandes pintores, que con maestría han retratado la fiesta nacional, concediéndole además todos los matices que definen nuestra identidad. Debe de haber pasión suficiente en el toro para que haya podido insuflar este ardor al corazón de tantos artistas que en algún momento han tratado la temática taurina.

Y es que el toro no es por tradición, ni por cultura, ¿Qué clase de argumentos son esos? El toro es por víscera, por hacer sentir el retorcer de las entrañas ante el miedo, el más primitivo de todos los miedos, el miedo a la muerte. En la sociedad del valor y el respeto a la vida, el toro como experiencia sublime, es decir, un como si fuéramos nosotros mismos los que nos ponemos delante de la bestia. Una bestia que nos mira y que nos atraviesa en la interrogación por nosotros mismos, por saber hasta donde llegaríamos para sentir lo más hondo de nuestro ser latiendo en cada muletazo. En esta sociedad, en la del confort y la seguridad, la modorra y el aburrimiento, los toros son esa salud que radica en el vivir nuestra vida como si fuera una obra de arte, como si se tratase del último día de vida que nos quedase.

No, los toros son demasiado importantes para la salud de nuestra sociedad como para dejarlos en manos de quienes los defienden asegurando que forman parte de nuestra cultura y tradición. Sí, son un elemento constitutivo de nuestra identidad, pero como animales que somos, no como seres culturales.





Cecilio J. Trigo.


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