El pasado 15
de agosto Perera, Ferrera y Talavante hicieron de las suyas en nuestra
bellísima plaza de toros. Bien es sabido que no hay fiestas de Nuestra Señora
de la Piedad que se precien sin una buena corrida de Toros. ¡Ay los toros! Tema
polémico donde los haya, todo o casi todo el mundo se posiciona en un tema como
este. Piense, ¿cuantas personas ha tenido delante asegurando con una rotundidad
pasmosa lo bueno o malo del toreo? Hay argumentos de todo tipo, unos intentan
defender esta práctica y otros desearían acabar con ella.
Lo cierto es
que al toro le sale sangre cuando lo pinchan y esto es lógico, más que nada
porque es un ser vivo. También es razonable pensar que el animal sufre y siente
dolor ante las agresiones que se le propinan. Algunos dicen que esto debería ser
considerado maltrato animal, vergüenza nacional, el fruto de la expresión de la
incultura y la falta de civismo propia de un país por evolucionar como el
nuestro. Es plausible también pensar que no hay equilibrio en la lucha de
fuerzas, que al toro se le castiga injustamente antes de salir a la plaza e
incluso que liman las astas para que no acierte en sus embestidas. He oído
también decir a mi abuelo que los toros de su época eran más bravos, que
acometían con más fiereza.
Y yo que
pienso que no se debe maltratar a los animales, aunque sólo sea por el mero
hecho de que somos seres humanos, libres, autoconscientes e inteligentes y que
estas tres señas nos deberían hacer portadores de dignidad. Llevando esta
consideración especial, que es la dignidad, un contrapeso que probablemente sea
la responsabilidad para con todo cuanto nos rodea, incluso para con el sufrimiento
del toro. Me paro a reflexionar y creo que acierto al pensar que todos estos
argumentos son válidos, con lo que deberían ser considerados por aquellos seres
humanos que se consideren pertenecientes al “sapiens” y así acabar con esta práctica
del torear.
Pero si hasta
aquí llega el “homo sapiens”, ¿qué hay del “homo demens”? Del que enterró a sus
muertos por miedo, respeto o simplemente por amor. ¿Qué hay del que se expresó
en las cuevas representando aquello que le obsesionaba?, ¿Qué hay de aquel
“homo” que afrontaba los mayores peligros para obtener el mayor reconocimiento de
sus iguales? Es la otra cara de nuestro desarrollo evolutivo, que siempre ha
sido dialéctico, por otra parte. Positividad y negatividad se han confrontado
en todo momento para dar lugar a lo que hoy somos. Este “homo demens”, o la
irracionalidad que se ha ido complementando con nuestra aclamada racionalidad a
lo largo de nuestro progresar, también nos constituye, es decir, lo veamos o
no, forma parte de nuestra identidad como seres humanos. ¿O acaso no somos
morbosos?, ¿no nos excita la sangre?, ¿el peligro?, ¿el ver como alguien baila
con la muerte y pone su vida en el filo de un asta afilada? Pienso que sí. Que
el toro negro como el azabache, la silueta esbelta de un torero canijo y el
capote rojo sobre un albero dorado, pone los pelos de punta a cualquiera.
Esta
excitación que provoca ver como el amor a la vida es siempre una misión
suicida, ha sido captada también por nuestros grandes pintores, que con
maestría han retratado la fiesta nacional, concediéndole además todos los
matices que definen nuestra identidad. Debe de haber pasión suficiente en el
toro para que haya podido insuflar este ardor al corazón de tantos artistas que
en algún momento han tratado la temática taurina.
Y es que el
toro no es por tradición, ni por cultura, ¿Qué clase de argumentos son esos? El
toro es por víscera, por hacer sentir el retorcer de las entrañas ante el
miedo, el más primitivo de todos los miedos, el miedo a la muerte. En la
sociedad del valor y el respeto a la vida, el toro como experiencia sublime, es
decir, un como si fuéramos nosotros mismos los que nos ponemos delante de la
bestia. Una bestia que nos mira y que nos atraviesa en la interrogación por
nosotros mismos, por saber hasta donde llegaríamos para sentir lo más hondo de
nuestro ser latiendo en cada muletazo. En esta sociedad, en la del confort y la
seguridad, la modorra y el aburrimiento, los toros son esa salud que radica en
el vivir nuestra vida como si fuera una obra de arte, como si se tratase del
último día de vida que nos quedase.
No, los toros
son demasiado importantes para la salud de nuestra sociedad como para dejarlos
en manos de quienes los defienden asegurando que forman parte de nuestra
cultura y tradición. Sí, son un elemento constitutivo de nuestra identidad,
pero como animales que somos, no como seres culturales.
Cecilio
J. Trigo.
Publicado en copelacapital
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