Crítica Cultural

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martes, 2 de septiembre de 2014

La fiesta demencial



El pasado 15 de agosto Perera, Ferrera y Talavante hicieron de las suyas en nuestra bellísima plaza de toros. Bien es sabido que no hay fiestas de Nuestra Señora de la Piedad que se precien sin una buena corrida de Toros. ¡Ay los toros! Tema polémico donde los haya, todo o casi todo el mundo se posiciona en un tema como este. Piense, ¿cuantas personas ha tenido delante asegurando con una rotundidad pasmosa lo bueno o malo del toreo? Hay argumentos de todo tipo, unos intentan defender esta práctica y otros desearían acabar con ella.

Lo cierto es que al toro le sale sangre cuando lo pinchan y esto es lógico, más que nada porque es un ser vivo. También es razonable pensar que el animal sufre y siente dolor ante las agresiones que se le propinan. Algunos dicen que esto debería ser considerado maltrato animal, vergüenza nacional, el fruto de la expresión de la incultura y la falta de civismo propia de un país por evolucionar como el nuestro. Es plausible también pensar que no hay equilibrio en la lucha de fuerzas, que al toro se le castiga injustamente antes de salir a la plaza e incluso que liman las astas para que no acierte en sus embestidas. He oído también decir a mi abuelo que los toros de su época eran más bravos, que acometían con más fiereza.

Y yo que pienso que no se debe maltratar a los animales, aunque sólo sea por el mero hecho de que somos seres humanos, libres, autoconscientes e inteligentes y que estas tres señas nos deberían hacer portadores de dignidad. Llevando esta consideración especial, que es la dignidad, un contrapeso que probablemente sea la responsabilidad para con todo cuanto nos rodea, incluso para con el sufrimiento del toro. Me paro a reflexionar y creo que acierto al pensar que todos estos argumentos son válidos, con lo que deberían ser considerados por aquellos seres humanos que se consideren pertenecientes al “sapiens” y así acabar con esta práctica del torear.

Pero si hasta aquí llega el “homo sapiens”, ¿qué hay del “homo demens”? Del que enterró a sus muertos por miedo, respeto o simplemente por amor. ¿Qué hay del que se expresó en las cuevas representando aquello que le obsesionaba?, ¿Qué hay de aquel “homo” que afrontaba los mayores peligros para obtener el mayor reconocimiento de sus iguales? Es la otra cara de nuestro desarrollo evolutivo, que siempre ha sido dialéctico, por otra parte. Positividad y negatividad se han confrontado en todo momento para dar lugar a lo que hoy somos. Este “homo demens”, o la irracionalidad que se ha ido complementando con nuestra aclamada racionalidad a lo largo de nuestro progresar, también nos constituye, es decir, lo veamos o no, forma parte de nuestra identidad como seres humanos. ¿O acaso no somos morbosos?, ¿no nos excita la sangre?, ¿el peligro?, ¿el ver como alguien baila con la muerte y pone su vida en el filo de un asta afilada? Pienso que sí. Que el toro negro como el azabache, la silueta esbelta de un torero canijo y el capote rojo sobre un albero dorado, pone los pelos de punta a cualquiera.

Esta excitación que provoca ver como el amor a la vida es siempre una misión suicida, ha sido captada también por nuestros grandes pintores, que con maestría han retratado la fiesta nacional, concediéndole además todos los matices que definen nuestra identidad. Debe de haber pasión suficiente en el toro para que haya podido insuflar este ardor al corazón de tantos artistas que en algún momento han tratado la temática taurina.

Y es que el toro no es por tradición, ni por cultura, ¿Qué clase de argumentos son esos? El toro es por víscera, por hacer sentir el retorcer de las entrañas ante el miedo, el más primitivo de todos los miedos, el miedo a la muerte. En la sociedad del valor y el respeto a la vida, el toro como experiencia sublime, es decir, un como si fuéramos nosotros mismos los que nos ponemos delante de la bestia. Una bestia que nos mira y que nos atraviesa en la interrogación por nosotros mismos, por saber hasta donde llegaríamos para sentir lo más hondo de nuestro ser latiendo en cada muletazo. En esta sociedad, en la del confort y la seguridad, la modorra y el aburrimiento, los toros son esa salud que radica en el vivir nuestra vida como si fuera una obra de arte, como si se tratase del último día de vida que nos quedase.

No, los toros son demasiado importantes para la salud de nuestra sociedad como para dejarlos en manos de quienes los defienden asegurando que forman parte de nuestra cultura y tradición. Sí, son un elemento constitutivo de nuestra identidad, pero como animales que somos, no como seres culturales.





Cecilio J. Trigo.


Publicado en copelacapital

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